“Mi amiga me vendió”: La historia de Alison Vivas, una joven colombiana que cayó engañada en una red de trata en México

La trata de personas avanza en silencio. Se estima que más de 6 millones de personas en el mundo son víctimas de este crimen, según estimaciones de Naciones Unidas y la fundación Walk Free, aunque los expertos advierten que el número real podría ser mucho mayor, ya que la mayoría de los casos no se denuncia.
Entre las miles de historias detrás de esa estadística está la de Alison Vivas, una joven colombiana que fue engañada con una falsa oferta laboral y terminó explotada en México.
Ocurrió en 2017 cuando Alison, de entonces 22 años, dejó todo atrás para volar desde Bogotá hasta Cancún después de que una amiga —que ya se encontraba en el lugar— le habló sobre la posibilidad de trabajar en un restaurante “de lujo” donde, según le contaba, el dinero abundaba.
Siete años después, contó su historia en el podcast Vos Podés, donde narró cómo fue captada, explotada y finalmente rescatada. Lo hizo para sanar y para alertar a otras jóvenes sobre las redes de trata que se camuflan tras supuestos empleos soñados.
Lo que parecía la oportunidad de su vida
En aquel momento, mientras estudiaba Mercadeo y trabajaba como vendedora de planes vacacionales, creyó que el viaje sería “la oportunidad de su vida”. Su plan era ahorrar lo suficiente para pagar el siguiente semestre de universidad y volver a Colombia.
Ella seguía la vida de su amiga a través de las redes y en alguna que otra videollamada cuando se ponían al día. Ropa, zapatos, carteras, fiestas, viajes y un trabajo que parecía no exigirle demasiado esfuerzo. Fascinada por ese estilo de vida, Alison quiso seguir sus pasos. “Jamas sospeché que ella tenía una segunda intensión“, afirmó sobre su vínculo.
Todo parecía aún más perfecto cuando sus supuestos jefes le aseguraron que le enviarían dinero para los boletos y el pasaporte, y que no debía preocuparse por la comida ni el hospedaje, ya que el restaurante le proporcionaría los alimentos y había lugar para alojarse ahí.
Alison interpretó ese ofrecimiento como un gesto de generosidad por ser amiga de Milena, aunque ya había sido advertida de que el dinero era un préstamo que debía devolver de a poco cuando llegara.
Alison nunca pensó que se trataba de una trampa. Foto: Instagram Alison vivasEn modo currículum, le pidieron un video con sus datos personales y una foto en traje de baño, supuestamente para evaluar tatuajes y facciones para seleccionar un “perfil elegante” adecuado para el restaurante. “Desde ahí debí haber pensado mal, pero ni siquiera me lo imaginé”, se lamentó Alison durante la charla con a Tatiana Franko.
A pocos días de viajar, la joven había recibido instrucciones precisas sobre qué relato dar, quién debía esperarla y cada detalle del procedimiento en los controles del aeropuerto. Siguiendo esas indicaciones, pasó los filtros sin inconvenientes.
Todo fue tramitado a espaldas de su madre, quien no veía tanto porque trabajaba mucho y siempre le advertía sobre del peligro que corren las jóvenes que viajaban a trabajar al exterior.
Escala en Cancún
Cuando aterrizó en Cancún, se reunió con su amiga Milena; pasaron el día juntas y Milena le siguió contando lo “maravilloso” que era trabajar allí. Después del paseo, Alison no volvió a verla ni logró comunicarse con ella.
Al día siguiente, un señor le dio la bienvenida y le acercó un contrato que la endeudaba por 170.000 pesos mexicanos (unos 8.300 dólares), además de la retención de su pasaporte hasta que pagara el total. “Desde ese momento empecé a sentir que algo no estaba bien”, dice.
A los dos días, el mismo hombre le entregó el uniforme que debía usar. “Eran trajes de cóctel blancos, ceñidos al cuerpo y muy brillantes. Hasta la cintura todo decente, pero de ahí para abajo parecía taparrabo que cubría solo adelante, y atrás había una tirilla pequeña”, describió Alison.
“Mañana a las 2 de la tarde las quiero arregladas, en tacones, maquilladas, lindas, impecables, uñas arregladas“, fueron las únicas indicaciones que Alison y las otras chicas del alojamiento recibieron sobre el empleo.
Alison tenía 22 años cuando fue víctima de una red de trata. Foto: CapturaFinalmente, llegó el horario indicado y la llevaron al restaurante, donde encontró a otras 22 chicas vestidas igual que ella, pero sin que supiera qué hacer. “Estuve un rato confundida, hasta que vi que las otras chicas se sentaban con los clientes y luego se iban con ellos. Ahí entendí de qué se trataba el trabajo”, relató la sobreviviente.
Cuando empezó a indagar, una de las chicas le explicó: “Tú te encargas de que el cliente pague en la caja por el tiempo que quiere contigo. Un chofer los lleva a otro lugar, haces el servicio y te devuelven”.
Una deuda que parecía no terminar nunca y que se pagaba a costa del horror
Alison quedó atrapada. Todo lo que los clientes consumían disminuía su deuda, por lo que había que ponerse a trabajar.
Pero no era tan fácil de pagar, de hecho crecía cada día. “Si nos enfermábamos, multa. Si nos llegaba el período, multa. Si nos emborrachábamos, multa. Nunca terminábamos de pagar”.
Si el administrador la veía con malestar, le ofrecía un tequila o una pastilla de éxtasis. Era lo único que no se sumaba a la deuda, por lo que “varias compañeras tenían problemas de consumo”.
El miedo era una herramienta más del control. “Nos decían que tenían respaldo de la policía, que todos en la zona trabajaban para ellos. Si salía a correr, me iba a encontrar con uno de ellos en cada esquina. ¿A quién más le iba a pedir ayuda si todos se conocían con todos?”, contó con un tono desesperado.
Su llegada al “infierno”
Tras un mes y medio, Alison fue trasladada a otro bar, a las afueras de Cancún llamado “Bandidas”. “Era todo rojo y negro, tenía un enorme letrero con la silueta de dos mujeres desnudas, con una pista grande y muchas puertas. Coincidía con lo que yo imaginaba de un prostíbulo”, describió.
Tiempo después, la llevaron a un bar en las afueras de Cancún. Foto ilustración: ShutterstockEn las semanas anteriores se la había pasado llorando, pero confesó que a partir de momento su sensación era la de “desesperanza absoluta“.
Ahí trabajaban 14 horas diarias, donde debían hacer shows de baile y atender a los clientes en habitaciones del mismo lugar. “Después de cada servicio, teníamos que bañarnos, vestirnos y salir de nuevo al bar“, relató Alison con lagrimas en los ojos y la voz quebrada.
Y describió con angustia: “Yo nunca había bailado en la vida en público. La sola idea de hacerlo me generaba náuseas. Pero, como con todas las otras cosas por las que ya había pasado, no tenía alternativa”.
Aún así, en una noche lo máximo que lograba descontar de la deuda eran 500 pesos mexicanos (unos US$24). Prácticamente nada.
El día del rescate
A “Bandidas” llegaban trabajadores de la construcción y personas con dinero de dudosa procedencia: ladrones, prestamistas y algunos armados, que ponían sus armas sobre la mesa. Las chicas debían fingir que no se habían dado cuenta, aunque su vida estuviera en riesgo.
El miedo y el asco eran constantes, pero con el tiempo se convirtió en rutina. Hasta que, una noche, mientras Alison bailaba en la tarima, se apagaron todas las luces y entró un grupo de hombres armados con capuchas.
Uno se paró frente a ella y le dijo: “Vístase”. Corrió al camerín y encontró a todas sus compañeras alineadas, sin saber quiénes eran los hombres ni qué estaba pasando.
Les preguntaron nombre, procedencia y les hicieron entregar todas sus pertenencias. Minutos después, las autoridades mexicanas se identificaron y anunciaron que se trataba de un rescate.
Un gran colectivo llegó por ellas y, aunque no sabían hacia dónde iban, finalmente llegaron a la estación de policía. Allí eran unas 35 mujeres, encerradas en una sala de juntas donde el calor superaba los 40°C, sin ventilación ni agua y con ropa incómoda.
Cuando fueron llamadas a declarar, Alison vio pasar esposados al administrador del bar, al chofer y al encargado de las cuentas. Solo en ese momento comprendieron que finalmente estaban a salvo.
Después del rescate, fue trasladada a una estación migratoria, donde permaneció 12 días en una celda esperando su deportación.
Finalmente, ella y las otras mujeres colombianas subieron a un avión especial, con los asientos pegados a las paredes y policías armados frente a ellas. Iban todavía con la ropa del bar y sintiendo la experiencia que ella define como “cruel y humillante“.
Al aterrizar en Bogotá, las esperaban numerosos periodistas con cámaras. Alison trató de cubrirse el rostro, no por ella, sino por proteger a su familia.
El presente de Alison Vivas
Ese día marcó el inicio de un largo y doloroso proceso para procesar lo que había vivido, mientras regresaba a un hogar en el que el tema permaneció en silencio durante meses.
Ocho años después, Alison sigue recordando aquel sufrimiento y la impunidad que rodea crímenes como la trata de personas. Hoy rehízo su vida, tiene un hijo y se dedica a su emprendimiento, Menta y Pomelo, donde confecciona telas con estampas africanas.
Además, se animó a contar su historia públicamente para alertar a otros sobre los peligros de la trata, que sigue presente en todo el mundo y con formas cada vez más sofisticadas.
Fuente: www.clarin.com



